Roberto de Jesús Escobar Gaviria nació el 13 de enero de
1947, en Río Negro, al sureste de Medellín. Fue el primer hijo del agricultor
Abel Escobar y la profesora rural Hermilda Gaviria, quienes continuarían
teniendo hijos casi todos los años, hasta completar un total de siete. Pablo
Emilio sería el tercero.
La familia vivía en el campo. Muy justos de dinero. A los
niños, el colegio les quedaba a varios kilómetros. “Eran cuatro horas caminando
-recuerda Roberto-, pero después mi mamá me compró una bicicleta, en la cual me
tocaba llevar a Pablo. Al año siguiente le compraron una bicicleta a él y nos
íbamos juntos”.
En 1961, todos se trasladaron a Medellín, a una casa
entregada por el Estado. Roberto asistía al colegio y trabajaba: primero, como
ayudante en la fabricación de remedios en Droguerías Aliadas, y luego, en la
empresa de electrónica Mora Hermanos, donde lo apoyaron para estudiar en la
Academia de Ciencias Electrónicas de Medellín: como tesis de grado construyó un
televisor de 32 pulgadas.
Mientras, su hermano Pablo comenzaba a desbandarse: con su
primo Gustavo Gaviria robaba lápidas en cementerios para revenderlas y muy
pronto caería en la cárcel, se familiarizaría con las drogas y empezaría a
armar las bases de su imperio narco.
Pero no era la electrónica lo que más apasionaba a Roberto,
sino el ciclismo. Fue varias veces campeón nacional y panamericano, y cuando se
cansó de pedalear, se convirtió en entrenador de la selección colombiana. “Incluso
fui a unos Panamericanos de ciclismo a Chile el 65 o 68. Recuerdo que me
robaron la bicicleta en el hotel, pero que un periódico chileno me regaló
otra”.
De sus días en ese deporte heredó el apodo que carga hasta
hoy: “El Osito”. Cuenta Roberto: “Me
lo puso un locutor de televisión en una de mis primeras carreras. Un carro me
tiró al barro, que me tapó la camiseta y la cara. Cuando crucé la meta, nadie
me conoció. Y el locutor dijo: ‘Acaba de ganar un ciclista que parece un
osito’”.
A principios de los 70, “El Osito” ya estaba radicado en
Manizales. No le iba mal. Había levantado una fábrica de bicicletas con su
nombre, tenía una finca de 450 hectáreas, un haras de caballos fina sangre -su
gran pasión- y una cadena de moteles.
Mantenía una relación fraternal con Pablo, quien le
patrocinaba competencias de ciclismo. Nadie sabe con certeza si Roberto conocía
entonces los negocios en que estaba metido su hermano.
Pero a mediados de la década siguiente, las cosas cambiaron.
El Cartel de Medellín, en el cual Pablo Escobar sistematizó el uso de la
violencia y pulió el tráfico de la cocaína, asesinó en 1984 al ministro de
Justicia, Rodrigo Lara Bonilla.
El gobierno impuso más mano dura contra la organización y la
familia del capo. En su casa, “Osito” dirá que frente a esos hostigamientos él
tuvo que ponerse a salvo. Dejar Manizales y partir a Medellín. Y meterse al
grupo liderado por su hermano, donde sería su hombre de confianza.
En la casa-museo, Roberto Escobar exhibe los recuerdos de su
hermano como si fueran propios. No puede disimular algo parecido al orgullo.
Muestra los autos del capo, los escritorios con fondos falsos, donde guardaban
millones de dólares -a “Osito” le encanta hablar de dinero-, el comedor donde
su hermano hizo su última cena de cumpleaños, justo la noche anterior a que lo
mataran -aunque Roberto insista en que
“él se suicidó”-, o los rincones donde él y Pablo se escondían en esta
vivienda, donde estuvieron juntos y clandestinos.
Le preguntan si realmente piensa que su hermano no fue un
criminal…
-Mire, acepto que hubo violencia -dice-, pero mucha de esa violencia no
fue generada por Pablo, sino por otro cartel y algunos organismos del Estado
con complicidad de los gobiernos colombianos de esa época.
-Para usted, ¿su
hermano es inocente?
-No. Nadie en el mundo es inocente. Todos tenemos algún pecado.
-¿Y usted no le decía
nada?
-No, porque él era el que manejaba sus cosas y en eso yo no me metía…
-Cuando me sacaron ahí, ofreciendo recompensa por mí, yo no tenía ni
una orden de captura, nada. Pero como era famoso, porque había corrido en
bicicleta, fui entrenador y me conocían más que a mi hermano en esa época, me
perseguían…
“Osito” reconoce que entró al Cartel de Medellín para
protegerse. “Yo no tenía nada que ver en el negocio del narcotráfico. Pero cuando
empezaron a buscarme para asesinarme, me tocó meterme. El gobierno fue a mi
casa en Manizales, un policía le pegó una patada a mi hijo de cinco años, mi
señora fue encarcelada… No éramos narcotraficantes, pero nos persiguieron como
si lo fuéramos. Después de eso, me metí al narcotráfico y por eso pagué”.
Sobre el rol de Roberto Escobar en la organización de su
hermano se ha dicho de todo. Que era el encargado de la logística, que manejaba
las inversiones, que fue el jefe de los sicarios.
Alonso Salazar, autor del libro La parábola de Pablo, en el
cual se inspiró la exitosa serie de TV El patrón del mal, duda de eso: “No
creo que haya tenido un cargo, él estaba ahí porque era el hermano del Patrón.
La mano derecha de Pablo era Gustavo Gaviria, y luego fue teniendo distintos
jefes militares. Pero ‘El Osito’ nunca lo fue. Era más bien su hombre de
confianza. ‘Osito’ era más juicioso que Pablo, más centrado, tenía la cabeza
más fría. Nunca fue un guerrero”.
Algo similar sostiene el periodista colombiano Alejandro
Aguirre, quien ha escrito sobre el clan. “Roberto era el cable a tierra de Pablo. Le
ponía cordura, lo contenía. Jamás participó en enfrentamientos ni atentados, no
sabía ni disparar. ‘Osito’ era más bien una compañía. Los narcos desconfían de
todo, entonces ese rol del ‘Osito’ era importante para Pablo. Además, le
facilitaba las cosas, le daba información, le conseguía las mujeres para las
fiestas”.
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